"Cuando me miro sin prisa"

 


De niña, mi cuerpo nunca fue una preocupación. Aunque a veces las personas hacían comentarios disfrazados de broma, yo los dejaba pasar. Me veía en el espejo y simplemente era yo. Me bastaba.

Pero los años pasaron y, cuando entré al bachillerato, todo cambió. (No sé si hay seres más crueles para señalar lo ajeno que los adolescentes). Aunque hoy me río entre líneas de esos comentarios, la verdad es que dejaron cicatrices en mi alma.

Nunca superé los 54 kg. Mi cuerpo era delgado, mis huesos sobresalían, mis piernas parecían demasiado finas. Mi abdomen siempre se mantuvo plano y firme, pero ni eso lograba reconciliarme con lo que veía.

Y entonces llegó la juventud, y con ella, el peso de las comparaciones. Aprendí a mirarme de reojo, a evitar los espejos, a no ver los huesos que tanto me molestaban.

A los 22 años fui madre. La lactancia me dejó aún más delgada y mi vientre, que antes lucía terso, se llenó de estrías. Lloré sobre mi cama muchas veces. No por ser madre, sino porque ya no reconocía el cuerpo en el que habitaba. Mi piel se había vuelto un mapa de líneas rosadas y blancas que no se irían.

Mostrarme en la intimidad me daba miedo. Me despedí de las blusas cortas. Volver a ponerme un traje de baño me tomó años. Cada día era una batalla interna, una guerra silenciosa donde ni siquiera los cumplidos lograban atravesar la coraza de mis inseguridades.

(Y sin embargo, mi pareja ha sido un refugio. No hay día en que no me recuerde lo hermosa que soy. No hay día en que no intente hacerme ver el "mujerón" que tengo dentro).

Y entonces, en 2021, mi cuerpo cambió de nuevo. Subí de peso. Algo en mí se sintió en paz al ver que, por fin, mis piernas eran más gruesas, mis huesos ya no eran tan visibles. Me miraba, aunque aún con prisa, con un poco más de amor.

En 2022 volví a ser madre. Esta vez, mi posparto trajo no solo nuevas marcas, sino también más peso del que había imaginado. Pero no me importaba. Me había pasado la vida queriendo dejar de ser delgada. Por primera vez, mi reflejo me hacía sentir cómoda.

Pero entonces llegaron los comentarios.

"Estás como un tanque."
"Mire a ver si deja de comer."
"Parece una marrana."
"Su esposo no tardará en buscarse otra con mejor cuerpo."

De repente, volví a mirarme con prisa. Volví a evitar los espejos. Volví a esconderme en ropa holgada.
Y, absurdamente, volví a tener miedo. Miedo de que mi esposo me comparara en silencio con otra mujer, miedo de no ser suficiente.

(Aunque, si soy honesta, él nunca me ha dado motivos para dudar de su amor).

He estado dos veces en UCI. Diagnósticos desalentadores. Pronósticos grises. Pero Dios me sacó de allí. Mi cuerpo resistió cuando los médicos dudaban.

Hace poco, en un examen médico, mencionaron la posibilidad de un cáncer de mama.

Ese día, por primera vez en mucho tiempo, me miré sin prisa.

No solo vi mi reflejo. Me vi a mí. Vi mi historia en cada cicatriz, en cada pliegue, en cada marca que alguna vez odié.

Y entendí.

Entendí que mi cuerpo nunca ha sido mi enemigo.
Que ha estado aquí, fuerte, leal, aguantando incluso cuando yo lo despreciaba.
Que me ha llevado a lugares que mi mente dudaba alcanzar.
Que ha sido cuna de vida.
Que ha soportado el dolor, la enfermedad, el miedo.
Que me ha sostenido cuando yo misma quise soltarme.

Y entendí que de nada sirven los halagos de los demás si no soy yo quien se ve con amor.

Porque cada sistema en mí es sagrado.
Porque cada milímetro de sangre que recorre mi cuerpo es una bendición.
Porque cada hueso y cada articulación son perfectos.
Porque lo que la balanza marque es solo un número.

Y porque, aunque debo cuidar este templo que me sostiene, de nada sirve un cuerpo fuerte si mi mente no está en calma.

Hoy me comprometo a mirarme con amor.

Y te invito a ti a hacer lo mismo.

Desnúdate frente al espejo; obsérvate con paciencia; agradece lo que ves. Porque cada marca en tu piel es un testimonio de vida.

Porque solo tú decides cómo quieres que el mundo te vea. Y, sobre todo, porque cuando te miras sin prisa… es cuando realmente te encuentras.

  Escrito propio L.C 2025

Para Dualidad: un proyecto que emerge desde mi propia carencia, transformando la ausencia en aprendizaje y guiándote en la construcción de tu verdadera riqueza.

Comentarios

Entradas populares